¿Cuántos psiquiatras vinieron al congreso de la Asociación Psiquiátrica de América Latina, realizado hace unos días en Cartagena?
Tuvimos un poco más de 2.000 psiquiatras de toda América Latina y de muchos lugares del mundo.
¿Uno de sus propósitos es, digamos, ‘sacar del clóset’ los problemas de salud mental?
Sí. Generar un marco de política de salud mental en América Latina cada vez es más necesario. Tradicionalmente, esos temas generan cierta actitud vergonzante. Muchos países presentaron sus experiencias, y en eso Colombia es pionera, porque, según los estudios que hemos hecho, 4 de cada 10 colombianos tienen algún tipo de sintomatología de orden mental que incide sobre su calidad vida, y no somos una excepción en América Latina.
¿Usted cree que en eso ha habido apertura?
Nos hemos transformado muy lentamente, pero aún no como lo requiere y lo exige la sociedad. Uno de cada cinco colombianos, y es una cifra extrapolable a los países de América Latina, tiene enfermedad depresiva, la ha tenido o puede tenerla. Y son muy altas las cifras de personas que asumen esas crisis a “palo seco”, es decir, se aguantan un sufrimiento, generando una grave pérdida de las capacidades de funcionamiento. La depresión es, por ejemplo, la primera causa de ausencia laboral en mujeres, y ese dato no es de los psiquiatras, es de la Organización Internacional del Trabajo.
¿Cree que en el ámbito laboral colombiano ese fenómeno comienza a ser comprendido y adecuadamente atendido?
Lamentablemente, no. Porque todos los fenómenos relacionados con lo mental tienden a ser asociados con la voluntad. Pero esta es una enfermedad como cualquier otra, que tiene equivalentes biológicos, situaciones ligadas a las características de personalidad o a las expresiones psicológicas o a los fenómenos sociales, pero la cura que se les recomienda a estas personas normalmente es: ponga de su parte, haga algo por usted.
Todavía no se entiende con claridad que una persona deprimida está realmente enferma...
Absolutamente. Es tanto o más común que muchas de las enfermedades físicas; y no solo eso, sino que coexisten con ellas. Por poner solo un ejemplo: durante mucho tiempo creímos que la gente que sufría un infarto del miocardio se deprimía por eso. Pero estudios muy rigurosos demuestran que las personas deprimidas tienen mayor factor de riesgo de infartarse. Es decir, la depresión es un terreno abonado para el origen de muchas enfermedades físicas.
Cuando una persona sencillamente no se puede levantar de la cama, ¿cómo se distingue entre si es depresión o es pereza?
Es muy importante esa pregunta, porque sobre eso existe mucho tabú. Los fenómenos emocionales que son derivados del cerebro nunca se han querido asociar con enfermedades como tales, sino con problemas de fragilidad de la voluntad o de la personalidad. Una persona en esas condiciones que le consulta a su médico es porque se siente deprimida, tiene dificultades para concentrarse, tiene ideas pesimistas, no está a la altura de su capacidad productiva, no está durmiendo bien, no está comiendo bien, tiene una visión displacentera del mundo. Y si el médico cree que tiene razones para darle una incapacidad laboral, recibe con frecuencia la petición de que no diga que es por depresión, porque el paciente teme la estigmatización laboral.
Además, la enfermedad mental no es de fácil diagnóstico, y sobre su medicación hay todavía a nivel mundial grandes controversias...
Me parecieron muy valiosas y valientes las palabras del ministro de Salud, Alejandro Gaviria, en el acto inaugural, donde dijo que los economistas y los psiquiatras se parecen en un par de cosas: la primera, que no tienen claramente definido el problema, siempre tienen una visión amorfa: los psiquiatras, de las enfermedades mentales; y los economistas, de la economía. Las enfermedades mentales de alguna manera todavía tocan linderos, peleamos con las características de los diagnósticos. La segunda, que las transformaciones son lentas, una depresión no se resuelve operándola como un cirujano y tampoco pueden hacer eso los economistas frente a los grandes fenómenos de la economía.
¿Las personas que han tenido depresiones son ‘distintas’?
De ninguna manera. Hasta los psiquiatras nos deprimimos en estos procesos. Y en esas circunstancias, no todos los seres humanos reaccionamos de igual manera. Hay quienes lo aceptan e intentan salir solos, porque son resilientes, se reconstruyen; otros buscan ayuda cuando la necesitan, y resuelven consultarnos. Otros se quedan solos, tratando de pasar esa noche, tan oscura que se puede tornar cada vez más oscura.
¿Cómo se diagnostica una depresión?
Para hacer un diagnóstico clínico usamos tres elementos: lo primero es que haya habido un cambio en el funcionamiento previo. Lo segundo es que haya una manifestación de los síntomas. Tristeza, disminución del gusto por las cosas de la vida, pérdida o ganancia de peso exageradas, falta de concentración, pesimismo, ideas como que la vida no tiene sentido, pero esto en una unidad de tiempo. Porque todos los seres humanos tenemos días así; pero si esto dura más de dos semanas o un mes, pues ya hay que pensar en una enfermedad. Lo tercero es que esto confluya sobre el funcionamiento, es decir, que afecte su vida personal, social, familiar y su productividad.
¿Qué diferencia hay entre la depresión y la tristeza?
La tristeza es un sentimiento consustancial a los seres humanos. Es decir, todos, frente a situaciones de frustración, de duelo, aun muchas veces sin un origen determinado –porque hay una relación muy directa con las hormonas, especialmente en las mujeres– podemos sentir tristeza. La depresión es una enfermedad, es un cuadro clínico que tiene duración en el tiempo, unos síntomas característicos y un compromiso en el funcionamiento. Si la tristeza se vuelve duradera, incapacitante, disfuncional, se está al frente de una enfermedad y no de un sentimiento.
¿Qué está haciendo el Gobierno frente al tema de la enfermedad mental?
Por fortuna, creo que hay un despertar, una preocupación grande frente a la problemática. En todos los temas de salud, necesariamente la salud mental es una situación transversal. La Cuarta Encuesta Nacional de Salud Mental empieza en enero, y no solo se quiere ver cuántas personas están afectadas –por estudios anteriores sabemos que son 4 de cada 10–, sino cómo incide eso en sus vidas y a su entorno.
La conferencia inaugural del congreso de psiquiatras trató el tema de ‘la bipolaridad y el poder’. ¿Para concluir qué?
Fue una exposición muy interesante del profesor Nassir Ghaemi, en la que sostiene que muchos líderes del mundo han tenido enfermedades mentales de diversa naturaleza, como Roosevelt, Kennedy, Gandhi, Ted Turner (fundador de CNN), por mencionarle unos ejemplos. Estos líderes tienen unas características muy particulares, porque aparecen en épocas de crisis y son capaces de ver la luz en la oscuridad. Pueden establecer el contraste. Son resilientes. Se reconstruyen. De estos líderes rescata grandes cosas: por ejemplo, lo empático, no como la necesidad de agradar, de atraer, sino de ser capaz de entender y ser afectuoso con el otro que piensa distinto. Es capaz de encontrar una salida nueva. Es realista, capaz de ver las cosas con su dolor y con el dolor de los otros. Pero, a pesar de que grandes hombres como esos han sufrido de enfermedades mentales, han hecho cosas históricas por la humanidad, lo cual demuestra que la enfermedad mental no debe ser estigmatizada. Y una característica muy interesante: esos líderes generan muchos seguidores, pero más por el encanto de la persona que por el respaldo de sus ideologías.
¿Existe la normalidad mental total?
La normalidad mental es un intangible, pero es una medida estadística que se ha intentado aplicar. Entonces, de alguna manera se arma un cajón donde, supuestamente, allí cabría, porque es la medida que se repite con mayor frecuencia. Quizás “normal” sea aquel capaz de leer las situaciones, de transformarse, de entender el nuevo día, de buscar nuevas salidas, de buscar nuevas alternativas, alguien capaz de trabajar, pero también de disfrutar, de gozar, de tener la posibilidad de adaptarse al entorno en la medida en que se mueve y es cambiante.
No lo puedo despedir sin preguntarle por la controversia del momento. El uso de la marihuana como alternativa medicinal... ¿Usted cree que eso es conveniente para Colombia?
Se lo digo categóricamente: la marihuana no es inocua. Pero también está claro que no le hace daño de la misma manera a todo el mundo. En nuestra área especifica, en las personas que tienen una enfermedad y la consumen, la marihuana constituye un factor de riesgo, o para que aparezca o para que se aumenten la intensidad y la severidad de la enfermedad mental.
¿Y cómo va a controlar eso el Estado?
Pues tendrá que identificar los riesgos y los beneficios. Los estudios de campo en algunas patologías, en términos medicinales, muestran resultados importantes en sensación de bienestar, alivio, disminución del dolor; esas personas seguramente se van a ver beneficiadas; no todo el que consume desarrolla, entre comillas, “un trastorno por abuso”. Pero hay un terreno abonado para otras personas que, si ponen esa cerilla en ese combustible, desarrollarían un grave riesgo de enfermedad mental. Por eso, lo mas benéfico es que sea el Estado el que regule el consumo de cannabis. ¿Quién la produce, cómo se vende? Si es para uso medicinal, tendrá que acompañarse con una orden médica.
La marihuana es un producto natural, pero los psiquiatras están recetando químicos antidepresivos. ¿Qué es mejor o peor? ¿O eso no es comparable?
Es comparable en lo global. Toda sustancia que ponemos dentro del organismo cumple una función. Entonces, si nos atenemos a la definición de los psicofármacos, que son sustancias que modifican el nacer de la conducta, pues serían comparables. Pero son sustancias absolutamente distintas. La cicuta también es natural, pero letal. Igual, no a todo el mundo le recetamos antidepresivos porque conllevan algunos riesgos. Un buen ejemplo es el alcohol: una copa de vino o una cerveza pueden ser muy gratas. Pero hay personas que no se pueden tomar un trago, o porque tienen situaciones psicológicas, molestias hepáticas...
Entonces, lo que usted quiere decir es que la marihuana no es inofensiva...
La marihuana no es inofensiva, ojo, y su venta y consumo necesariamente tendrán que ser regulados por el Estado.
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